Llegó de Alemania por una pasantía. Dice que va captando a Buenos Aires. Se sorprendió con los paseadores de perros y las colas en las paradas de colectivos. ¿Cuál es el momento en que realmente has llegado a una ciudad? ¿El momento en que te haces parte de una ciudad y no sólo estás de paso? Quizás cuando alguien te pregunta por el camino la primera vez.
Esto me pasó hace pocos días. Una chica quería saber dónde estaba la Avenida Avellaneda. Me sentí muy orgullosa de que me haya tomado por local. Claro que no sabía dónde estaba la avenida. Y entonces, el orgullo se desvaneció rápidamente.
Pero sí tengo la sensación de que poco a poco estoy captando a Buenos Aires, esta ciudad tan abrumadora y apasionante. Estoy aquí desde hace cinco semanas y las impresiones innumerables se están juntando, como lo hacen las piezas de un rompecabezas: el sabor de licuados, empanadas y tortas, el olor del asado los fines de semana, el bramido de las avenidas y la canción de un cantante de Tango.
Y me impresiona el sinnúmero de barrios, esquinas y casas: los edificios espléndidos en el Microcentro, las fruterías con sus ofertas coloridas y abundantes, los parques exuberantes y los cafés llenos de gente. Buenos Aires no es un mundo sino muchos, es apasionada y melancólica, alegre y ruda. Es también una ciudad que me invita a la reflexión, porque tengo mucho tiempo para pensar. Para llegar de un lugar al otro tardo siempre más de 40 minutos y ni en el subte o el colectivo hay asientos vacíos. Muchas veces ni abro el diario que compré porque no puedo. Y lo único que me queda para hacer es reflexionar.
Por ejemplo, me di cuenta de que el castellano que he aprendido en España y que estoy hablando desde los 16 años ya no me sirve mucho. Aquí no comes melocotón sino durazno. Cuando hay sol no te pones las gafas de sol, sino los anteojos de sol. Y no tipeas en el ordenador, lo haces en la computadora. Me cuesta decir “vos” pero me encanta el “shhhhhh” de los argentinos. Tanto que shhha se me pegó.
Si realmente quieres pasar por argentino, tienes que hablar de una manera distinta, me avisó una amiga hace unas semanas. Che, habla como una italiana. Un poco más de “eee” y “aaa”. Y ahora a veces la gente piensa que soy italiana.
Hay tantas cosas que me maravillan en Buenos Aires... Al principio me han sorprendido los cestos metálicos adornados delante de las casas. Hasta que comprendí que son cestos para la basura. Después me ha asombrado la gente que está haciendo cola en cualquier lugar en la acera, mirando hacia un lado, muy concentrada. Hasta que vi un pequeño número pegado en una farola y me di cuenta de que estaban esperando a un colectivo.
He tropezado contra los paseadores de perros rodeados de 15 animales. Y me sigo preguntando por qué no he venido antes a Buenos Aires.
Para mí, la Ciudad consiste también en el vendedor de diarios que me cuenta de su visita a las Cataratas del Iguazú y la señora del lavadero, con quien hablo sobre el tiempo. También la mujer en el colectivo que elogia los conocimientos de alemán de su hijo y el taxista que se entusiasmó por su nieto. Los porteños son amables y abiertos, llenos de alegría. Siempre me han ayudado. Y yo lo sé, porque he preguntado por el camino correcto muchas veces..